Diez Aplausos por la Interdisciplinaridad
En defensa de
la investigación y el conocimiento interdisciplinarios
Moti Nissani
Wayne State
University
Traducido por Bianca Vienni Baptista
Social Science Journal 34 (#2): 201-216 (1997).
Resumen: El desprecio generalizado
hacia la investigación y el conocimiento interdisciplinarios refleja una
profunda incomprensión de los vitales aportes que han hecho al mundo académico,
a la sociedad y a las personas. El presente artículo presenta la única defensa abarcativa y autocontenida de la
investigación y el conocimiento interdisciplinarios. Se argumenta que estos son
importantes por las siguientes razones. 1. La creatividad a menudo tiene como
prerrequisito el conocimiento interdisciplinario. 2. Los inmigrantes suelen hacer
importantes aportes a su nuevo campo. 3. Los individuos que tienen familiaridad
con dos o tres disciplinas son quienes están en mejores condiciones de detectar
los errores que cometen a menudo los integrantes de las disciplinas. 4. Algunos
temas valiosos de investigación caen en los intersticios que separan las
disciplinas tradicionales. 5. Numerosos problemas intelectuales, sociales y
prácticos requieren un abordaje interdisciplinario. 6. La investigación y el
conocimiento interdisciplinarios sirven para recordarnos el ideal de unidad del
conocimiento. 7. Los interdisciplinarios gozan de mayor flexibilidad en sus
investigaciones. 8. Los interdisciplinarios se reservan el placer, en términos
intelectuales, de una permanente exploración de tierras exóticas con más
frecuencia que quienes se limitan a lo disciplinario. 9. Los
interdisciplinarios pueden ayudar a zanjar problemas de comunicación en el
mundo académico moderno, contribuyendo así a movilizar sus enormes recursos
intelectuales en aras de una mayor justicia y racionalidad sociales. 10. Al
establecer puentes entre disciplinas fragmentadas, los interdisciplinarios
pueden cumplir un papel en la defensa de la libertad académica. La crítica de
la investigación y el conocimiento académicos se compone de numerosas
desventajas intrínsecas y escollos prácticos. Considerados juntos, los
escollos, gratificaciones y desventajas sugieren la necesidad de un cambio
moderado en el mundo contemporáneo del conocimiento en cuanto a la
investigación y el conocimiento interdisciplinarios.
—Es realmente hermoso vuestro planeta. ¿Tiene océanos?
—No puedo saberlo –contestó el geógrafo.
—¡Ah! –exclamó el principito
decepcionado.– ¿Tiene montañas?
—Tampoco puedo saberlo –dijo el geógrafo.
—¿Ciudades, ríos y desiertos?
—¿Y cómo podría saberlo?
—¿Pero acaso no eres geógrafo? –preguntó disconforme el
principito.
—Dije que era geógrafo, no explorador. No poseo exploradores y no soy yo
quien deba realizar el cómputo de las ciudades, los ríos, montañas, mares,
océanos y desiertos. El geógrafo es lo suficientemente importante como para
ambular por ahí. Nunca debe abandonar su despacho.
Antoine de Saint-Exupéry, El principito, pp. 63-64.
Introducción
Hace muchos años, C. P. Snow
(1964a) observó que la vida intelectual de Occidente sufría una división cada
vez más patente entre el polo de la intelectualidad literaria y el de las
ciencias físicas; de tal modo que en Occidente no quedaron ni rastros de unidad
en la cultura. Según Snow, esta separación cultural tendría graves consecuencias
sobre nuestra vida creativa, intelectual y cotidiana.
A estas alturas, ya casi nadie
cree que sea posible transformarse en un sabio renacentista a la manera de
Leonardo da Vinci. A lo largo del siglo XIX, el ideal de unidad del
conocimiento –la idea de que un auténtico académico debía estar familiarizado
con el total de la producción intelectual y artística de la humanidad–
gradualmente dio paso a la especialización. El constante crecimiento del acervo
de conocimiento de la humanidad y el hecho de que cada ser humano está dotado
de una combinación de aptitudes irrepetible, hizo encallar a la mayoría de los
académicos y artistas en islotes de competencia cada vez más reducidos
(Cummings, 1989):
Ninguno de nuestros
contemporáneos podría defender con racionalidad, que sabe todo acerca de todo, o aun que sabe
todo lo de su propio campo (…) En lugar de sentirnos amenazados por el lento
surgir del conocimiento renacentista, hoy nos vemos inundados por torrentes de
nueva información casi a diario. En defensa propia, para evitar ahogarnos y
poder hacer pie, preferimos desembarcar en islas cada vez más pequeñas de
investigación y aprendizaje (…) Mirar más allá (…) es sentirse desbordado por
la magnitud del océano: mejor permanecer ignorante de todo excepto nuestra minúscula
provincia (…) El resultado en nuestra época es, no simplemente las “dos
culturas” de Snow, sino una multitud de culturas, y cada una de ellas delimita
un territorio exclusivo, rehusándose a hablar con las otras, y resistiéndose a
todo intento de incursión por parte de los “enemigos” que la rodea. (Miles,
1989, pp. 15-16.)
Otros presentan una visión más
indiferente del mundo contemporáneo del conocimiento:
Se ha vuelto demasiado fácil
criticar a la investigación esotérica por estrecha, desconectada y trivial.
Este tipo de crítica denota una insensibilidad hacia la forma elegante en que
los campos de estudio se fusionan (…) Algunas conexiones posibilitan la
integración y evitan así que la especialización se vuelva estrecha (…)
Necesitamos volver a conceptualizar nuestro modelo de crecimiento disciplinario
y especialización, adoptando un modelo más orgánico que tome en cuenta las
conexiones intrincadas que existen entre las diversas especializaciones. El
modelo mecanicista con que contamos hoy divide a las disciplinas en numerosos
bloques de especialización: es inexacto (…) y engañoso. (Ruscio,
1986, pp. 43-44.)
Independientemente de la visión
que uno tenga sobre el grado de compartimentación de la investigación y las
actividades creativas modernas, está claro que, cualquiera sea la forma, la
especialización llegó para quedarse. La pregunta que emerge constantemente
versa sobre el futuro y la legitimidad de la interdisciplinaridad. Hay quien ve
en todo intento de interdisciplinaridad un aire de diletantismo, incluso de
charlatanería. Este artículo intentará demostrar que esta visión conlleva una
profunda falta de comprensión de los frutos intelectuales, sociales y
personales de la investigación y el conocimiento interdisciplinarios.
¿Qué es la interdisciplinaridad?
Aunque son muchos los que han
tratado de definir la interdisciplinaridad (Berger, 1972; Kockelmans,
1979; Mayville, 1978; Stember,
1991), esta sigue dando la impresión de que “se resiste a ser definida” (Klein,
1990). Las tentativas más conocidas la separan en componentes como multidisciplinaridad, pluridisciplinaridad,
disciplinaridad cruzada y transdisciplinaridad.
Debido a que estas subdivisiones arrojan muy poca luz sobre la teoría y la
práctica de la interdisciplinaridad, propusimos en otra instancia (Nissani,
1995a) que sean reemplazadas por una definición más apropiada. Para empezar, se
puede definir en forma conveniente una disciplina como todo dominio
relativamente autocontenido y aislado de la
experiencia humana que posea una comunidad propia de expertos. La mejor forma
de entender la interdisciplinaridad es como aquello que conjuga los
componentes distintivos de una o más disciplinas. En el discurso académico, lo
típico es que la interdisciplinaridad sea aplicable a cuatro ámbitos: conocimiento,
investigación, educación y teoría. El conocimiento interdisciplinario presupone
una familiaridad con los componentes de dos o más disciplinas. La investigación
interdisciplinaria combina componentes de dos o más disciplinas en el contexto
de la búsqueda o creación de nuevo conocimiento, nuevas formas de operar o
nuevas expresiones artísticas. La educación interdisciplinaria fusiona
componentes de dos o más disciplinas en un único programa de formación. La
teoría interdisciplinaria toma como principal objeto de estudio a la
investigación, la educación o el conocimiento interdisciplinarios.
El presente artículo tiene como
objeto principal la defensa de la investigación y el conocimiento
interdisciplinarios en un entorno académico típico. Aunque se podrían usar
argumentos casi idénticos en defensa de la investigación y el conocimiento
interdisciplinarios en el arte, esa defensa no se hará aquí. Asimismo, el
presente trabajo se limita en gran medida a los aspectos de investigación y
conocimiento de la interdisciplinaridad académica, quedando para mejor ocasión
el abordaje del caso de la educación, similar pero más complejo y ambivalente.
Del mismo modo, solo reflexionaremos desde la teoría de la
interdisciplinaridad, y no acerca de ella.
Los frutos de la investigación y el conocimiento
interdisciplinarios
Cuando se ven obligados a
justificar la investigación y el conocimiento interdisciplinarios, los teóricos
tienden a contentarse con manejar un par de argumentos. No conocemos ningún
tratado que haga una defensa exhaustiva de la interdisciplinaridad. El presente
capítulo intenta salvar ese vacío. Para ello nos basamos en las reflexiones de
los teóricos de la interdisciplinaridad, así como en otras reflexiones, y (en
especial en lo concerniente a la selección de ejemplos) en nuestra propia
experiencia en diversos campos.
Como veremos, los frutos
específicos enumerados a continuación caen dentro de tres categorías no
disjuntas: (1) aumento del conocimiento, (2) otros beneficios sociales y (3)
gratificaciones personales.
Revelaciones
creativas
El acto creativo a menudo implica
en sí mismo la conjunción de ideas no relacionadas hasta ese momento (Koestler, 1964). Los artistas y pensadores más creativos intercambian
ideas diversas de modos no convencionales pero no por esta razón menos
fructíferos (Simonton, 1988). Los aspectos combinados
pueden provenir de una sola disciplina, como en la hipótesis del océano de aire
de Torricelli, o de la experiencia cotidiana sumada a una disciplina, como en
el célebre “eureka” de Arquímedes. El acto creativo también puede surgir del
intercambio de ideas provenientes de dos o más disciplinas. Thomas Kuhn, por
ejemplo, observó la llamativa similitud entre los cambios de forma (Gestalt) en
psicología y los cambios de paradigma en la historia de la ciencia.
La mayoría de quienes observan el
momento creativo concuerdan: “La colisión de dos temas, dos disciplinas, dos
culturas –de dos galaxias, si a más no viene– está destinada a producir un
campo fértil para la creación. Es allí donde han ocurrido algunas de las
revelaciones de la historia de la actividad mental.” (Snow, 1964a, p. 16). “Las
presiones intelectuales cruzadas que genera una perspectiva interdisciplinaria
liberan el pensamiento del individuo del corset de
los presupuestos propios de su grupo profesional, propiciando perspectivas
nuevas.” (Milgram, 1969, p. 103). “Los períodos de
mayor expectativa y visión más amplia de nuestro trabajo en conjunto como
psicólogos sociales tuvieron lugar en el transcurso de actividades
interdisciplinarias.” (Sherif, 1979; véase
también Becher, 1989;
Bechtel, 1986; Florman, 1989; Gaff, 1989; Miles,
1989; Moffat, 1993; Ruscio, 1986). C. Wright Mills (1959,
pp. 211-212) lo expresa con elegancia:
La imaginación sociológica (…)
consiste en gran parte en la capacidad de desplazarse entre una y otra
perspectiva, y de construir mediante ese proceso un punto de vista adecuado de
una sociedad completa y de sus componentes. Es este tipo de imaginación,
naturalmente, la que distingue al científico social del mero técnico. Se puede
capacitar a un técnico competente en unos pocos años. La imaginación
sociológica también puede cultivarse; sin duda, raramente aparece sin que
exista mucho trabajo rutinario. Sin embargo, posee la cualidad de lo
inesperado, tal vez porque su esencia sea la combinación de ideas que nadie
creía combinables: por ejemplo, un enredo de ideas provenientes de la filosofía
alemana y la economía inglesa. Por detrás de una combinación semejante corren
por igual una mente juguetona y un feroz deseo de encontrarle sentido al mundo
(de los) que por lo general el técnico carece. Tal vez sea por estar demasiado
bien capacitado, en forma demasiado precisa. Ya que solo se puede capacitar a alguien en
lo que ya es conocido, la capacitación puede producir una incapacidad de
aprender formas nuevas de hacer las cosas; lo lleva a uno a rebelarse contra lo
que no puede más que ser vago e incluso desprolijo.
Así, si la mente preparada se ve
favorecida por la oportunidad, y si la preparación implica a menudo afirmarse
en dos o más disciplinas, entonces los que deseen acelerar el aumento del
conocimiento harían bien en promover la investigación y el conocimiento
interdisciplinarios, o al menos tolerarlos.
La
perspectiva del outsider
Según ciertos observadores (Becher, 1989, p. 118), “la movilidad dentro de las carreras
académicas (…) se cuenta entre las más poderosas fuentes de innovación y
desarrollo de una disciplina”. Por ejemplo, diecisiete de los cuarenta y un
científicos del grupo fago (que tuvo un rol decisivo en la biología de mediados
de siglo) eran físicos o químicos de profesión. Heinrich Schwabe
era farmacéutico, James Joule cervecero, Paul Gauguin corredor de bolsa; Thomas
Hunt Morgan era embriólogo,
A. E. Housman clasicista, Somerset Maugham médico. Aquí aparece un patrón que requiere
explicación.
La primera causa es obvia: los
inmigrantes traen de sus anteriores disciplinas perspectivas y metodologías
frescas. En particular, esto puede significar también una forma más eficiente
de separar la paja del grano.
La mejor manera de abordar la
siguiente causa es observar la similitud entre los inmigrantes que llegan a una
nueva disciplina y aquellos que llegan a un nuevo territorio. Los observadores
extranjeros como Herodoto, Tocqueville o Margaret Mead suelen ver aspectos
culturales que son invisibles a los ojos de los lugareños. Estos viven y
respiran sus propias costumbres; no así el extranjero agudo. Lo mismo se aplica
a la historia de las ideas: los outsiders son menos proclives a ignorar
las anomalías y a ofrecer resistencia a nuevos marcos de referencia
conceptuales.
La perspectiva del outsider,
entonces, es particularmente valiosa en momentos de crisis. Momentos tales son
muy comunes. Por cierto, no faltan buenas razones para creer que toda
disciplina está sujeta a ciclos de normalidad y revolución (Kuhn, 1970). A
veces, toda una disciplina es un desorden intelectual, como por ejemplo la
astronomía precopernicana con su multitud de
epiciclos.
Se podrían citar varios períodos
históricos de crisis disciplinarias, pero nos limitaremos al ámbito de lo
contemporáneo. Según algunos estudiosos (Koestler,
1959; Schwartz, 1992), la física de partículas contemporánea se encuentra en
estado inestable, y es posible que lo mismo ocurra con las ciencias sociales.
“El indicador más claro de la crisis (…) es la baja relación grano–paja de las
resplandecientes pilas de publicaciones de investigación”. Otros indicadores de
la crisis, según este punto de vista, son las controversias sobre todos los
temas y la preocupación con la metodología (Sherif,
1979, pp. 201-203). Otro posible candidato es la educación (Swoboda,
1979, p. 81; Whitlock, 1986, pp. 24-27).
Aunque estas sombrías
evaluaciones de la física de partículas, las ciencias sociales y la educación
contemporáneas podrían ser erróneas, la historia de las ideas no permite dudar
de que algunos campos se encuentren en estado inestable, o que lo estén en el
futuro. Es posible que los recién llegados perciban y enfrenten el desorden de
mejor grado por no estar acostumbrados a él, en su doble condición de reclutas
de refresco e inmigrantes de otros campos.
Los
descuidos de la disciplinaridad cruzada
La distancia entre las
disciplinas [de las ciencias sociales] son demasiado
grandes... El resultado fue que numerosos sociólogos (…) [seguían, mucho más
tarde,] tomando la imaginería de Max Weber para describir la reforma
protestante, a pesar de que los historiadores profesionales habían descartado
hacía mucho tiempo sus teorías. Lo mismo pasó con la imaginería de las
sociedades primitivas de Patterns of Culture mucho
tiempo después de que los antropólogos decidieran que las descripciones
etnográficas de Benedict eran totalmente espurias. En
ninguno de los dos casos rechazar la obra implica negar el atractivo de su
esquema conceptual, pero sí es cierto que los respectivos trabajos, histórico
uno, etnográfico el otro, quedan tan marcados como falaces desde un punto de
vista empírico que ya no es posible utilizar sus conceptos a menos que se los
someta a la más cauta reconsideración. Y ambos casos sirven para ilustrar la
forma en que la brecha entre las disciplinas ha llevado a una de ellas a
basarse en teorías y datos totalmente invalidados en la disciplina de origen. (Wax, 1969, pp. 81-82.)
Aislado de las
disciplinas relacionadas y carente de una clara noción de su ubicación
con respecto al trabajo de otros, el estudio intensivo dentro de una única
disciplina [de las ciencias sociales] conduce, más tarde o más temprano, a chapucear
en territorios ya explorados por otros. El resultado es la confusión y la
exhibición innecesaria de ignorancia, como ya se vio en el caso de los
psicólogos que improvisaban sus propias sociologías de la familia y de la
cultura, o que declaraban que las instituciones sociales eran ficticias. (Sherif, 1979, p. 217.)
Este problema no es exclusivo de
las ciencias sociales. A principios de siglo, algunos biólogos creían que la
frecuencia relativa de los genes dominantes sobre los recesivos tendería a aumentar.
En este caso, el correctivo interdisciplinario fue introducido por el
matemático Hardy.
Tampoco es exclusivo del pasado.
Los escritos de algunos economistas contemporáneos a menudo contradicen
conceptos básicos de la ecología. Según dijo un célebre economista, la mayoría
de los libros
que discuten problemas
relacionados con los recursos y el medio ambiente comienzan enunciando que
existe una crisis de recursos y medio ambiente. Si esto significa que la
situación en la que se encuentra la humanidad es peor que en el pasado, la idea
de crisis y todo lo que conlleva está totalmente
equivocada. En casi todos los aspectos importantes para la humanidad, las
tendencias marcaron una mejora, no un deterioro. [Por lo tanto, las tendencias
del mundo y de los Estados Unidos seguirán] no empeorando sino mejorando.
Si el economista hubiera
consultado un texto de introducción a la lógica, habría percibido que el
extracto emplea una definición persuasiva de “crisis” (“la situación en la que
se encuentra la humanidad es peor que en el pasado”), en lugar de una
definición léxica, más apropiada (“estado de cosas inestable en el que es
inminente un cambio decisivo”, según el diccionario Webster
International). Si hubiera consultado un texto de ecología de tendencia
moderada, podría haberse dado cuenta de que el extracto ignora la definición
teórica de “crisis” más ampliamente aceptada.
Véanse también las siguientes
palabras, citadas con aprobación en la octava edición de un texto de lógica:
“Las imágenes del hombre primitivo que se encuentran en los textos escolares
omiten a veces algunos de los inconvenientes de la vida primitiva que llevaba:
el dolor, la enfermedad, la hambruna, el trabajo duro que era necesario
simplemente para estar vivo.” La afirmación sobre “trabajo duro” ignora los
descubrimientos de la antropología que indican que las tribus “primitivas”
disfrutaban de una gran cantidad de ocio.
Véase, para terminar, la
afirmación clave de un tratado sobre educación influyente, y por lo demás
excelente, según la que, entre todos los animales, “el hombre es el único que
trata no solo a sus acciones sino a su propio ser como objeto de reflexión”. Si
el autor hubiera tenido un conocimiento, aun superficial, de la conducta de los
simios y, en particular, del trabajo de Gordon Gallup sobre la conciencia de sí
mismos de los chimpancés y los orangutanes (Gallup, 1979), este habría
matizado, con toda seguridad, tanto la afirmación como sus consecuencias.
Podríamos llenar varios volúmenes
con esta comedia de enredos. Se pueden encontrar descuidos como estos en obras
de la mayor calidad; son parte inseparable de la condición académica. En el
mundo inexistente de la disciplinaridad pura, los
individuos que cometen errores de este tipo, y sus colegas, todos ellos
integrantes de estrictamente una disciplina, no estarían en condiciones de
detectarlos. Y los supuestos integrantes de la disciplina adecuada que hubieran
podido hacerlo nunca habrían sabido de la existencia de los errores. Las
divisiones estrictas de este tipo son, por supuesto, ficticias (Ruscio, 1986). La frecuencia con que se detectan descuidos
de disciplinaridad cruzada demuestra por sí misma que
aún no vivimos en un mundo de disciplinaridad pura.
Sin embargo, los descuidos que nadie advierte durante años sugieren que el mundo
en que vivimos no es tan interdisciplinario como debería ser. De hecho, con más
académicos que abarcaran más disciplinas, y con una mayor tolerancia hacia las
conceptualizaciones y los vocabularios interdisciplinarios, los episodios
embarazosos de este tipo serían menos frecuentes (cf. Whitman,
1953).
Fisuras
disciplinarias
Según la mayoría de los teóricos
de la interdisciplinaridad, algunos de los problemas del conocimiento se
soslayan porque “no se ajustan a las fronteras disciplinarias, sino que caen en
los intersticios que hay entre ellas” (Huber, 1992, p. 285; ver además
Campbell, 1969; Kavaloski, 1979; Kockelmans,
1979). Por ejemplo, parece razonable suponer que la psicología tenga algo que
ver con la suba de precios, pero en 1977 este problema quedaba fuera del
dominio de la psicología así como de la economía. Por consiguiente, recibió
menos atención de la que merecía (Boulding, 1977).
Antes de poder aceptar esta
sensata observación, es necesario contrastarla con la información registrada
por la historia. Por ahora, dicha información queda abierta a la interpretación
opuesta: que las preguntas potencialmente productivas situadas en tierras de
nadie finalmente recibirían atención. La búsqueda de vida extraterrestre, que
se desplaza sucesivamente del campo de la astronomía al de la biología, es un
ejemplo. La exploración de la parapsicología científica, que se ubica en la
frontera entre la psicología y el misticismo, es otro. Es posible que,
siguiendo el argumento de Ruscio (1986), las
disciplinas no estén tan claramente demarcadas en la práctica como lo supone la
mayoría de los teóricos. Los investigadores pertenecientes a una disciplina
parecen ser capaces de ocupar nichos productivos pero vacantes, por lo que es
posible que una investigación fructífera en las áreas grises que yacen entre
las disciplinas no se haga esperar demasiado.
Más allá de la realidad histórica
de las áreas grises no exploradas, surge con toda claridad que dichas áreas
incluyen temas de importancia que a menudo exigen ser abordados mediante una
investigación interdisciplinaria.
Problemas
prácticos y complejos
Supongamos que se deseara
comprender la Guerra Fría entre la URSS y los Estados Unidos. Supongamos además
que se deseara desentrañar la totalidad del conflicto, no solamente uno
de sus aspectos. Pasados algunos años y leídas unas cuantas bibliotecas,
quedaría claro que la mayoría de los expertos fracasaron en su búsqueda de una
descripción autocontenida del fenómeno porque lo
abordaron desde una perspectiva disciplinaria. Se podría concluir que un
enfoque integrado tiene más chances de llegar a la comprensión cabal de un tema
tan complejo que un estudio importante pero con una sola perspectiva. Por lo
tanto, puede ser que en esta instancia se comenzara con la historia. En algún
momento de tan ambicioso proyecto, quedaría de manifiesto que la historia no
alcanza, y que las políticas con respecto al tercer mundo de Estados Unidos y
la URSS son importantes para comprender el tema. En otro momento se podría
concluir que las teorías y prácticas del totalitarismo y la democracia también
merecen consideración. Este proceso de ramificación se podría prolongar hasta
que apareciera una imagen coherente. De perseverar, la amplia síntesis bien
podría representar una comprensión más profunda que cualquiera otra aportada
por un enfoque unidisciplinario.
Supongamos, si no, que se deseara
comprender la naturaleza de las libertades políticas. Se podría examinar el
tema desde una perspectiva filosófica y, en el caso de los pensadores más
originales, llegar a observaciones interesantes. O desde un punto de vista
histórico, centrándose tal vez en el conflicto entre Atenas y Esparta o entre
el Tercer Reich y Francia. O, de tratarse de un historiador de la ciencia, se
podría hacer foco en las similitudes entre la toma de decisiones propia de la
ciencia y aquella de la democracia. Todos estos aportes disciplinarios pueden
tener su valor, pero hay quien va más allá en su cacería de la verdad y, cuando
la presa ignora los carteles de “No pasar” instalados por los humanos, continúa
la caza. Si, además de esta intención interdisciplinaria, se cuenta con una
mente original, es posible que se termine produciendo una obra sobre La
sociedad abierta y sus enemigos que hará época.
En tales casos, quienes se detienen
en los bordes de su disciplina corren el riesgo de pecar por visión de túnel.
Además de este obvio costo intelectual (cf. Saxe,
1945), la disciplinaridad estricta a menudo implica
también un costo social. Por ejemplo, cabe pensar que los altos costos y
riesgos que la humanidad sufrió durante la Guerra Fría se hayan debido en parte
a la visión de túnel de quienes tomaban las decisiones, y sus asesores
académicos (Nissani, 1992). El uso por parte de la humanidad de nuevas
tecnologías reproductivas se puede someter a una interpretación similar:
La falta de capacidad para
convocar una sabiduría que tenga un alcance adecuado para abordar el tema en
cuestión, junto con las normas disciplinarias que propician dicha falta de
capacidad, quedan en triste evidencia incluso en las mejores obras recientes
sobre el impacto de las nuevas tecnologías reproductivas (…), las que no logran
trascender los estrechos límites de sus campos de argumentación para así
ofrecer opciones de futuro colectivo que estén asentadas sobre una base tal que
permita que sean ampliamente comprendidas. (Condit,
1993, p. 234.)
La caracterización de la política
que hace Bertrand Russell (1960, p. xv)
puede tener interés: “Es costumbre entre los llamados 'hombres prácticos' tildar
de visionario a todo aquel capaz de ver las cosas desde una perspectiva amplia:
no se considera digno de tener voz en política a nadie que no ignore o
desconozca nueve de cada diez hechos de relevancia”.
Incluso los estadistas mejor
intencionados pueden cometer errores al no comprender los aspectos técnicos,
sociales o científicos de una política:
Es peligroso tener dos culturas
que no se comuniquen entre sí o que no sepan hacerlo (...) Los científicos
pueden dar malos consejos sin que los individuos que toman las decisiones
puedan saber si son buenos o malos. Por otra parte, en una cultura dividida,
los científicos brindan un conocimiento con un potencial que solamente conocen
ellos. Todo esto hace más complejos los procesos políticos, y en cierto sentido
también más peligrosos, de lo que estaríamos dispuestos a tolerar por mucho
tiempo, ya sea con el propósito de evitar desastres o para cumplir (...) con
deseos socialmente definibles. (Snow, 1964b, p.98.)
El precio intelectual, social y
personal de una compartimentación estrecha es señalado a menudo (Boulding, 1977; Easton, 1991; Eliade,
1977; Gaff, 1989; Gass,
1972; Mayville, 1978; Petrie,
1986). La historia podría haber sido otra si los expertos que desarrollaron la
ropa de cama ignífuga para niños hubieran reparado en sus propiedades mutágenas (Swoboda, 1979), si el
equipo que construyó la represa de Asuán hubiera sido capacitado para
considerar el contexto extendido, o si los responsables del marketing de la talidomida hubieran ido más allá del potencial económico y
efectos tranquilizantes de la sustancia. Un trasfondo interdisciplinario, aun
sin llegar a lograr que los expertos de la industria del tabaco tomaran una
postura más equilibrada sobre la relación entre tabaco y cáncer, podría haber
moderado su rotunda defensa del cigarrillo.
En términos más generales, “la
historia reciente está plagada de cuentos cuya moraleja [muestra] la estrechez
peligrosa y a menudo fatal de las políticas recomendadas por los poseedores del
conocimiento”. Los expertos prefieren las variables cuantificables, tienden a
ignorar la complejidad del contexto y su alcance suele ser limitado (Marx,
1989). Y olvidan con demasiada frecuencia que “los problemas de la sociedad no
vienen en ladrillos con forma de disciplina” (Roy, 1979, p. 165).
Entre los numerosos episodios que
ilustran el dilema disciplinario de nuestra sociedad en términos más
personales, relataremos el siguiente. Es sobre un científico experto en armas
nucleares que se fue apartando gradualmente de su trabajo: tuvo su revelación
a mediados de la década
del ochenta, al visitar la Unión Soviética por primera vez: al caminar en la
Plaza Roja (...) [y ver] tantos jóvenes (...) comenzó a llorar sin control
(...) Antes de esa experiencia, Moscú no era otra cosa que un conjunto de
líneas en diversos niveles de unidades de radiación, presiones y calorías por
centímetro cuadrado que se debía hacer coincidir con las bombas. (Lifton & Markusen, 1990, pp.
273-274.)
Por otra parte, según entiendo,
la producción de armas nucleares podría estar justificada en términos morales,
pero ese no es el tema. Para una perspectiva democrática y humanitaria, lo
aterrador es que en un mundo de especialistas, una persona con un alto nivel de
educación puede no tener conciencia de las dimensiones sociales y morales de
sus acciones. H. G. Wells dijo una vez que la historia es una carrera entre la
educación y la catástrofe, pero esto recoge solo en parte nuestra desdicha.
Irónicamente, en nuestra época es posible saber mucho sobre un tema y muy poco
sobre sus ramificaciones. Personalmente conozco gente correctísima que sabe
todo sobre los CFC pero nada sobre la capa de ozono (Nissani, 1996); todo sobre
la combustión interna de los motores y nada sobre el calentamiento global; todo
sobre la legislación en materia de salario mínimo y nada sobre la pobreza. La
compartimentación, y no solo la falta de educación, es el enemigo: un enemigo
que solo se puede vencer por medio de la investigación y educación holísticas:
Porque antes los hombres podían
dividirse, sencillamente, en sabios e ignorantes, en más o menos sabios y más o
menos ignorantes. Pero el especialista no puede ser subsumido bajo ninguna de
esas dos categorías. No es sabio, porque ignora formalmente cuanto no entra en
su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es «un hombre de ciencia»
y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un
sabio-ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual
se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante, sino con
toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio. (Ortega y Gassett, 1932.)
En definitiva, numerosos
problemas prácticos o complejos solamente se pueden comprender haciendo
confluir las perspectivas y metodologías de diversas disciplinas. Los que
olvidan esta simple verdad corren el riesgo intelectual de pecar por visión de
túnel, así como el riesgo social de realizar acciones irresponsables. En
algunos ámbitos, la investigación interdisciplinaria se practica desde hace
mucho tiempo, por ejemplo en la investigación de materiales o los estudios
sobre los Estados Unidos. Los ámbitos como estos tendrían que multiplicarse,
así como el hábito de promover una visión holística. Los especialistas del
futuro tal vez logren ver su campo “como parte de un contexto más amplio,
reflexionar sobre el impacto de sus actividades disciplinarias en la sociedad,
y mejorar su habilidad de contribuir al desarrollo social”. (Huber, 1992, p.
290.)
La unidad
del conocimiento
Por supuesto que es imposible en
nuestra época ser experto en todo. Pero si tomamos erróneamente el conocimiento
disciplinario por sabiduría, si nos olvidamos de cuánto desconocemos, si no nos
fijamos, al menos en principio, un ideal de unidad del conocimiento, estaremos
perdiendo algo muy importante. Al apuntar permanentemente al blanco borroso de
la omniciencia, los interdisciplinarios nos ayudan a
recordar estos aspectos. De esta forma, nos incitan a ver los diversos
componentes del conocimiento humano como lo que son: las piezas de un
rompecabezas panorámico. Y nos inspiran para que recordemos que “el poder y la
majestad de la naturaleza en todos sus aspectos se pierden para aquel que la
contempla en el detalle de sus partes y no como un todo”. (Plinio, 1977, p. 581.)
La familiaridad con otras
culturas nos permite ver las deficiencias de la nuestra:
La mente moderna divide,
especializa, piensa en categorías: el instinto de los griegos era lo contrario:
partía de una visión más amplia, veía las cosas como un todo orgánico (...) Los
juegos olímpicos ponían a prueba la areté del hombre
integral, no una mera habilidad especializada (...) El pentatlón era el gran
acontecimiento. Quien lo ganaba era un verdadero hombre. No hace falta decir
que de la maratón se empezó a hablar recién en la época moderna: los griegos la
hubieran considerado una monstruosidad. En cuanto a la destreza de los
campeones modernos de juegos como el golf o el billar, los griegos seguramente
la hubieran admirado con intensidad, y la hubieran considerado admirable – en
un esclavo, en el caso de que no se encontrara mejor utilidad para un esclavo
que entrenarlo para ese fin. Se hubiera considerado imposible adquirir una
destreza de ese nivel y al mismo tiempo vivir la vida apropiada de hombre y
ciudadano. Este es el principio subyacente cuando Aristóteles afirma que un
caballero debe saber tocar la flauta pero no demasiado bien (Kitto, 1957, pp. 173-174).
Flexibilidad
en la investigación
En la mayoría de los ámbitos de
investigación se viven épocas estimulantes de avances rápidos e incluso
revolucionarios, seguidos de períodos de relativo estancamiento. En general la
gente hace pecho a las vicisitudes: sin su dedicación, el mundo de la cultura
se encontraría en un estado lamentable. (Aunque a veces, como ya vimos, los
inmigrantes traen consigo una perspectiva fresca y de esta forma contribuyen a
sus nuevas subespecialidades o disciplinas.) Sea como sea, en lo personal se
comprueba que los académicos que están dispuestos a emigrar a una nueva
disciplina disfrutan de una mayor flexibilidad y libertad en su carrera, que
es, obviamente, la recompensa al deseo de cruzar las fronteras disciplinarias.
La ley de
los rendimientos decrecientes
La ley de los rendimientos
decrecientes establece que, pasado cierto punto, lo producido por incrementos
fijos de un elemento se reduce progresivamente. Lleva horas aprender a jugar
ajedrez, meses lograr un desempeño razonable, y años convertirse en experto.
En el mundo del conocimiento
parece darse una situación similar. Un anatomista entomólogo, por ejemplo, debe
mantenerse al tanto de su disciplina. Tal vez nunca haya leído a Tolstoi o
Platón, ni escuchado a Bach o Vivaldi. Como ser humano, sin duda podría
beneficiarse más familiarizándose con dichos autores que dedicando la misma
cantidad de tiempo a la anatomía de los insectos. Pero la vida es corta. En un
mundo mejor, todos tendríamos “suficiente mundo, y suficiente tiempo”. En el
mundo que conocemos, un campeón de maratones, el primer violín de una orquesta
importante, un Stajanov o un experto en toxicología
hepática son víctimas de la ley de los rendimientos decrecientes. Para llegar a
la cima de su profesión, suelen terminar explorando un aspecto interesante de
un único atolón. Los interdisciplinarios, en cambio, se reservan el placer, en
términos intelectuales, de una permanente exploración de tierras exóticas.
Cambio
social
Si bien las universidades de
nuestros tiempos son ricas en recursos intelectuales, su efectividad como
agentes del cambio social no pasa de ser moderada. Se podría esperar que un
baluarte de pensadores profesionales tuviera un impacto fundamental en la
política, pero no es así: el mundo académico tiene poco éxito a la hora de
movilizar sus grandes recursos intelectuales para mejorar la sociedad.
Las razones por las que ocurre lo
anterior son sin duda complejas, pero una de ellas está clara: “la
fragmentación de las disciplinas nos vuelve a todos pasivos ante un mundo cada
vez más confuso y arbitrario”. (Birnbaum, 1986, pp.
65-66.)
Una comunidad cuyos miembros
hablan una multitud de lenguas mutuamente ininteligibles no puede construir
torres de gran altura: la funcionalidad requiere una comunicación efectiva (Hirsch, 1987). Para transformar la teoría en práctica y
dejar fluir el gran potencial que tienen las comunidades del arte y el
intelecto en términos de progreso y justicia, se deben reforzar los canales de
comunicación y una lengua común. Los interdisciplinarios, al recordarnos el
ideal de la unidad del conocimiento, y con su dominio de dos o más lenguas de
lo académico, tienen la posibilidad de contribuir a una mayor integración del
mundo de la cultura.
Libertad
académica
Los sistemas culturales, al igual
que los ecosistemas, pueden ser desbaratados o destruidos por intervenciones
externas. “Una imposición demasiado enérgica de los valores extrínsecos de la
responsabilidad y la relevancia sobre los valores intrínsecos de la
construcción de una reputación y control de la calidad mediante revisión de
pares, solo puede conducir al servilismo intelectual primero y la esterilidad
académica después. Del lado cognitivo de la ecuación, el propio conocimiento,
visto como recurso cultural, requiere un cuidadoso cultivo y una reposición
permanente” (Becher, 1989, p. 169). Debido a la
fragmentación disciplinaria que prevalece en el mundo del conocimiento, los
académicos no logran detectar otras amenazas de mayor porte que afectan a la
comunidad académica como un todo.
Para
conservar incluso lo que sería un mínimo de integridad intelectual, el enemigo de cómo zanjar las evidentes divisiones y
promover el reconocimiento de aquello que nos es común, reconocimiento esencial
para el mantenimiento de una cierta medida de independencia colectiva (...) Un más acabado reconocimiento de lo
que tenemos en común podría servir como
defensa contra el insidioso espíritu gerencial que intenta imponer una gruesa
forma de responsabilidad basada en falsos presupuestos sobre la naturaleza del
emprendimiento intelectual, y apuntalado por “indicadores de desempeño”
insensibles y a menudo espurios. Podría incluso contribuir a persuadir a la
sociedad en el sentido más amplio, de cuyo apoyo depende en última instancia la
búsqueda del conocimiento, para que los académicos sigan gozando de libertad
–razonable, no licencia– al momento de elegir qué estudiar y cómo hacerlo (Becher, 1989, pp. 169-171).
Si aceptamos el análisis de Becher y compartimos su preocupación por la libertad
académica, vemos que aparece (emerge) una ventaja adicional de la
investigación, la formación y el conocimiento interdisciplinarios: tal vez más
que ningún otro grupo dentro de la academia, los interdisciplinarios están
llamados a construir puentes entre las disciplinas.
Una breve crítica de la investigación y el conocimiento
interdisciplinarios
En ocasiones, las perspectivas
interdisciplinarias pueden resultar ser
una desventaja. Los intentos indiscriminados de aplicar una disciplina a
otras tienen muchas veces consecuencias desagradables. Tanto la física de
Arquímedes como la filosofía de Spinoza se perjudicaron por sus vestiduras
matemáticas poco favorecedoras. La teoría de la evolución se ve perjudicada por
contradecir las creencias religiosas. Hay quien cree que las ciencias sociales
podrían avanzar más rápido si marcaran el camino con sus propias herramientas
en lugar de utilizar otras más llamativas, importadas de las ciencias
naturales.
Es muy común que los amateurs y
los outsiders pierdan de vista alguna faceta esencial. Suelen
equivocarse, como en el caso de los numerosos “inventores” de máquinas de
movimiento perpetuo, los fundamentalistas religiosos que defenestraron el
telescopio de Galileo con argumentos espurios, los supuestos observadores de
ovnis, o los melómanos que protagonizaron disturbios en las presentaciones del
joven Stravinsky.
Aun bajo las circunstancias más
favorables, es poco probable que un interdisciplinario logre adquirir un
dominio de su campo tan consumado como el de los especialistas en cuyo trabajo
(aquel) basa su emprendimiento. Deberá correr el riesgo de caer en el
diletantismo para lograr un punto de vista panorámico; podrá transformarse en
un sabelotodo que no domina nada. Los críticos literarios, por ejemplo, suelen
tomar prestada una teoría de otra disciplina, aun sin “comprender primero qué
significa y cómo se la considera en la otra disciplina”. (Levin,
1993, p. 33.)
El ideal imposible de la unidad
del conocimiento puede llevar a algunos a burlarse de una búsqueda incesante
del conocimiento: dado que el acervo del conocimiento de la humanidad no se
puede dominar, y que la propia realidad nos será siempre esquiva, la búsqueda
de la verdad se podría abandonar por ser en principio improcedente. Además, en
algunos casos la ignorancia es una bendición. Como conocen las consecuencias
negativas de sus acciones, los interdisciplinarios se deben debatir en dilemas
que sus colegas del camino estrecho, apenas pueden divisar. La fragmentación,
por lo demás, hace posible el dominio de un tema, nos ayuda a olvidar lo mucho
que escapa a nuestro conocimiento, y nos mantiene en una feliz inconsciencia de
posibles repercusiones desgraciadas.
Un diálogo interdisciplinario
corre el riesgo de volverse rancio. La comunidad interdisciplinaria puede verse
“privada de las infusiones frescas del conocimiento disciplinario”. Se puede
deslizar hacia el generalismo ingenuo si la
capacitación disciplinaria es limitada (Grat and Riesman, 1978, p. 35).
En algunos casos, la
investigación interdisciplinaria requiere la cooperación de expertos de
diversos orígenes disciplinarios y diversas formas de pensar: un desafío de
notable dificultad.
La investigación y el
conocimiento interdisciplinarios son exigentes. Mantenerse razonablemente al
tanto de dos campos, para no ir más lejos, requiere una inversión inmensa de
tiempo y energía intelectual.
Los escollos de la investigación y el conocimiento
interdisciplinarios
En el mundo del conocimiento tal
como está constituido, los interdisciplinarios más comprometidos se encuentran
por regla general en entornos disciplinarios. “Las disciplinas son no solo una forma
conveniente de dividir el conocimiento en componentes, sino que también (...)
sirven de base para organizar la institución –y por lo tanto a los
profesionales de la formación y la investigación– en feudos autónomos” (Gass, 1979, p.119). Las consecuencias son fáciles de
predecir. En un caso reciente, se llamó a los promotores de un programa
interdisciplinario para que explicaran formalmente la forma en que el programa
lograría una profundidad disciplinaria. Los expertos tienden a abrigar
sospechas contra los individuos que carecen de un ancla firme en una
disciplina. Sin importar la calidad de su trabajo, los interdisciplinarios
suelen experimentar dificultades a la hora de conseguir becas de investigación,
beneficiarse de programas de intercambio, publicar, obtener reconocimiento,
conseguir un empleo o recibir un ascenso. “Los investigadores que se
identifican profesionalmente con las categorías de la disciplinaridad
cruzada se enfrentan a la panoplia completa de los mecanismos de portería de
vigilancia, que favorecen ampliamente a las categorías disciplinarias
existentes” (Klein, 1993, p. 193).
Veamos algunos ejemplos. El Fulbright Scholar Program no posee ninguna categoría interdisciplinaria: más
vale que los interdisciplinarios ni siquiera se molesten en presentarse. “Para
lograr ser aceptado, la obra seminal de Piaget debió ser replicada según el
modelo estadounidense” (Bechtel, 1986, pp. 22-23). A
Mendel le llevó 35 años para que su trabajo llamara la atención de alguien
(Nissani, 1994a). William James pensaba que “es una verdadera pena que un
hombre tan original como [Charles Peirce] (...) no
pueda tener una carrera que le de qué comer (tenga se vea privado de carrera)”
(1952, p. 279). Isaac Asimov estuvo muy cerca de ser
despedido de un cargo académico por generalista. El caso de Asimov,
sin embargo, no es ni por lejos tan trágico como el de Peirce:
el primero no solo retuvo su cargo, sino que llegó a ser catedrático
veinticuatro años más tarde (Asimov, 1980, pp. 111,
798; véase también Nissani, 1994b; Nissani, 1995b).
A diferencia de la
interdisciplinaridad, la especialización bien puede estar en armonía con la
tendencia occidental favorable a “competir, llegar a la excelencia, dominar y
controlar”. (Gusdorf, 1979, p. 147). Los individuos formados en nuestras
universidades tienen dificultades para concebir una estructura diferente a la
actual, basada en departamentos. Los promotores de la investigación y la
educación interdisciplinarias se ven obligados a luchar contra la resistencia
al cambio que exhiben sus colegas (Nissani, 1994b; Nissani y Hoefler-Nissani, 1992). En un mundo de recursos limitados,
los interdisciplinarios pueden ser percibidos como competidores. Los
integrantes de las disciplinas pueden estar muy contentos de hacer las cosas a
su manera, resistiéndose a trabajar para un Diablo desconocido. Dentro y fuera
del mundo académico, la preocupación de los interdisciplinarios con las
interconexiones y el contexto en sentido extenso, puede percibirse como
potencialmente subversivo.
Todos estos escollos y
desventajas explican la recepción hostil que encuentran las iniciativas
interdisciplinarias (Roy, 1979, p. 167):
Dado lo
innegociable de la estructura departamental, la resistencia al cambio por parte
de los cuerpos docentes (...) es poco probable que las universidades modernas
sean capaces de producir un número elevado (demasiados) de graduados que reflejen el ahora (actualmente)
elusivo ideal renacentista. Por supuesto, seguirán existiendo esos raros ejemplares
humanos que poseen (de) un conocimiento
excepcional y amplio; pero individuos de este tipo (así) surgirán tanto a pesar de, como gracias a, las universidades (Miles, 1989, p. 17).
Consecuencias prácticas
A pesar de los escollos y
desventajas, la discusión anterior equivale a un enérgico reclamo por (de) un
cambio moderado (tanto en actitudes como en organización institucional) en
cuanto a la investigación y el conocimiento interdisciplinarios. Para superar
los aspectos negativos de la especialización y retener su vitalidad, el mundo académico
debe cultivar el trabajo de investigación y el conocimiento
interdisciplinarios. Nunca debe olvidar que una comunidad vibrante de
académicos –al igual que un ecosistema vital– nutre a especialistas y
generalistas, y promueve la diversidad y las interconexiones.
Sin duda, la mayoría de los
académicos “seguirán ocupándose de su propia chacra” (Sherif,
1979, p. 218). Esto no está mal, siempre que esos especialistas “recuerden que
deben considerar como potencialmente pertinentes todas las investigaciones
disponibles sobre el problema, y se piensen como alguien que contribuye a la
solución de un problema, y no como alguien que agrega información a una
disciplina aislada”. (Condit, 1993, pp. 245-246).
También sin duda, y a pesar de los inconvenientes, unos pocos individuos
creativos seguirán desplazándose de una chacra a otra. Deberíamos ocuparnos de
que esos senderos, menos transitados, no desaparezcan bajo el avance de las
malezas.
Creo que la defensa de una
educación interdisciplinaria no es tan directa como la de una investigación y
conocimiento interdisciplinarios. Debido a que las filosofías de la educación
se nutren en parte de la ideología, la intuición y la estética, la polémica
sobre la extensión, el tiempo y la necesidad de una educación holística podría
resultar irresoluble. En esta instancia no puedo hacer otra cosa que ofrecer mi
punto de vista personal. Puede ser que el plan de acción más seguro implique,
nuevamente, dotar al vasto archipiélago disciplinario de puentes e idiosincracias. A nivel global, esto implica una amplia
gama de programas disciplinarios e interdisciplinarios. A nivel institucional,
implica estimular a los estudiantes para que tomen al menos un curso
conscientemente integrador.
Agradecimientos: El autor desea agradecer
a Donna Nissani, Shreedhar Lohani,
Norma Shifrin, Bob Carter, David A. Freeman, y a los estudiantes: cada uno de ellos hizo
posible, a su manera, la escritura y publicación del presente artículo.
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